Mao
Comité por la Reconstitución: La bancarrota del revisionismo y las tareas de los comunistas
La creación y divulgación de una teoría revolucionaria desempeña el papel principal y decisivo en determinados momentos, refiriéndose a los cuales dijo Lenin: "Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario."
Los años pasan, pero el conjunto de corrientes que se reclaman de la tradición revolucionaria en el movimiento obrero se obstinan en seguir representando sus arcaicos rituales. Tal es así que en medio de la crisis que sigue profundizándose en el Estado español, estas corrientes, desde el anarquismo a la ortodoxia revisionista que domina el movimiento comunista, siguen esperando que la ofensiva del capital genere como reacción una chispa que levante a las masas hasta derribar al capital. Mas su gozo en un pozo, pues la crisis va camino de la década y las movilizaciones de clase de los últimos años no han supuesto lo que el determinismo y el espontaneísmo político preveían, la agudización de la lucha de clases desde el punto de vista de los intereses del proletariado. Muy al contrario, es el oscurantismo nacionalista, siempre al alza cuando el sujeto revolucionario se encuentra en repliegue, el que sí está logrando enraizar entre las masas proletarias.
Aunque no todo sigue igual en lo que respecta a los aduladores de la conciencia espontánea del obrero medio. Su bancarrota política se agrava, porque a su incapacidad para redirigir el movimiento espontáneo de la clase hacia algún programa mínimo, se ha unido el ascenso de una renacida socialdemocracia que ha vapuleado en las calles los esquemas del revisionista típico, que, ensimismado en sus propuestas de unidad práctica sindical, ha visto como el movimiento de masas lo desbordaba y un oportunismo más refinado que el suyo se convertía, a través de Podemos, en catalizador de las demandas del movimiento de resistencia. Los dirigentes de esta “nueva” socialdemocracia han pasado de la cátedra al escaño, mediando en este recorrido la conquista de la calle a través de la construcción de un discurso político a la altura de los tiempos. Porque efectivamente, con el cierre del Ciclo de Octubre, desplazado el marxismo como teoría de vanguardia y desterrada la revolución del horizonte de un proletariado escindido como clase, lo que más se adecúa al estado de cosas existente es un discurso timorato, reformista y pequeñoburgués. Y no puede asombrar a nadie la facilidad con que el discurso de este nuevo partido de Estado ha prendido en la calle a la par que se ha imbricado con las instituciones del capital, pues siendo sus líderes enemigos declarados del marxismo y habiendo desterrado al proletariado como sujeto revolucionario, los nuevos reformistas no han podido más que ensamblar en un programa las diversas esferas corporativas de reproducción del mundo capitalista (al mismo estilo que el obrerismo), sirviéndonos como sujeto político desde el que parece que sí se puede articular un movimiento alternativo al capitalismo, como si se tratara de una novedad histórica... ¡al ciudadano burgués y sus derechos! No obstante, el comunismo existente lleva muchos años siendo consecuente con esta misma fórmula teórica, respetando su contenido reaccionario. La diferencia estriba en su expresión política, pues el revisionismo se contenta con resistir a la sombra de la tradición obrera, mientras los teóricos de la izquierda posmoderna han dado un tamiz más liberal a su discurso, el suficiente para acompasar ideológicamente a estos oscuros tiempos la claudicación ante el orden hegemónico que siempre ha representado el reformismo en todas sus variables.
En este contexto, los comunistas debemos considerar en primer término el impasse en que se encuentra la Revolución Proletaria Mundial (RPM), marcado por el cierre del ciclo revolucionario que se inicia con la Revolución de Octubre. Este periodo se caracteriza, sucintamente, porque el proletariado se encuentra incapacitado para incidir en la gran lucha de clases como sujeto independiente. Esta circunstancia, de profundo calado histórico, impele antes de nada al sector de avanzada de nuestra clase, a la vanguardia, no a tomar acríticamente o a despreciar todo el bagaje acumulado por la RPM, como hacen revisionistas y oportunistas de todo pelaje, sino a considerarlo críticamente, actualizando lo que de universal hay en él. Y es que el desplazamiento del marxismo como teoría de vanguardia es el primer dique que impide al proletariado aparecer en la escena de la gran lucha de clases como una clase revolucionaria. En consecuencia, la actividad práctica a la que hoy debe asirse la vanguardia proletaria está ligada a la resolución de las problemáticas de construcción del movimiento revolucionario. Esto implica toda una fase de la revolución proletaria que denominamos de reconstitución ideológica y política del comunismo, que en su primera etapa debe resolverse sobre el Balance del Ciclo de Octubre desde la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia, esto es, desde el desarrollo de la lucha de clases a nivel ideológico y en relación con las lecciones de la experiencia revolucionaria acumulada en el anterior ciclo, siendo eje fundamental para la construcción del movimiento revolucionario de vanguardia. Sólo si los comunistas emprenden estas tareas puede el marxismo articularse como discurso teórico y político, para conquistar su hegemonía entre sectores cada vez más amplios de la clase proletaria, hasta cristalizar en la fusión de la vanguardia y las masas en Partido Comunista. Será entonces cuando la actividad subjetiva del proletariado se torne en praxis revolucionaria, en palanca de transformación del viejo Mundo, que inmediatamente habrá de tomar la forma de Guerra Popular, en tanto instrumento universal para la construcción del poder por parte de la clase revolucionaria y para el establecimiento de la Dictadura del Proletariado, con el objetivo de hacer ondear la bandera roja frente al imperialismo, sirviendo de base de apoyo en la próxima oleada de la RPM en la senda del Comunismo.
Este sencillo camino difícil de realizar es el único que sitúa el porvenir de la Revolución en la actividad subjetiva de la vanguardia revolucionaria, frente al determinismo y el espontaneísmo revisionista, porque garantiza una línea de continuidad entre movimiento y objetivo, entre teoría y práctica, situando la conciencia revolucionaria al mando y rompiendo con las inercias de esta profunda derrota que ha reducido al movimiento comunista, que debe ser el movimiento autoconsciente de la clase revolucionaria, a un programa mínimo, que no es sino la sublimación posibilista de todo lo que temporalmente ha perdido la RPM, y que en este interregno entre dos ciclos revolucionarios nos toca recuperar levantando, defendiendo y aplicando la reconstitución del comunismo.
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Contra el capital y sus crisis, por la Revolución Socialista!
Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!
Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!
27-S, o
cuando la voluntad popular deja paso al vil mercadeo
Tras varios meses de pugna inter-burguesa, la fracción
de la clase dominante catalana que encabeza a día de hoy el procés, ha decidido llamar a las urnas
al pueblo catalán, en una descarada muestra de que entre democracia y mercadeo
parlamentario, ha optado de manera prístina por lo segundo. El Movimiento por la Reconstitución,
ante esta nueva convocatoria, y en línea con lo que se ha expresado en
anteriores ocasiones, llama al boicot ante esta nueva farsa electoral burguesa,
como no podía ser de otra manera. Sin embargo, nuestro posicionamiento al
respecto es, por fuerza, cualitativamente distinto al que mostramos ante las
pasadas elecciones de mayo, en parte porque viene precedido por la audaz
postura que esgrimimos ante el referéndum del pasado 9 de noviembre. Así pues,
se antoja necesario que nos retrotraigamos un poco y comencemos con una breve
retrospectiva, en busca de que se observe mejor la coherencia de nuestras
argumentaciones, tanto pasadas como presentes.
9-N: dos caminos, un mismo objetivo
Como decíamos, nuestro posicionamiento ante el
referéndum del 9 de noviembre se pudo considerar audaz, máxime considerando el
estado del movimiento “comunista” en el Estado español. Este, que yace como un
lánguido cuerpo a la espera de que la historia vuelva simplemente hacia atrás
en busca de glorias pasadas, se halla además ensimismado en su particular
escolástica; dado que no comprende la relación entre los términos que utiliza y
el espíritu que hace ya tiempo los creó, sus posicionamientos van siempre a
remolque de una u otra fracción de la burguesía. Uno de los muchos, muchísimos
términos que nuestros revisionistas repiten cual cacatúa, intentando que su
mera pronunciación haga que broten por arte de magia los posicionamientos
políticos que lo encumbraron, es el del derecho
a la autodeterminación. Mentado casi siempre, en el mejor de los casos,
como la solución al problema nacional presente en el Estado español, dicho
término ha ido anquilosándose, convirtiéndose en una manida frase hecha que
nada por sí sola puede resolver. Lógico, pues, que en ese vacío ideológico
campen a sus anchas tanto el nacionalismo de la nación opresora como el de la
nación oprimida, ambos cerrando el paso al genuino espíritu internacionalista
en la cuestión.
Desde el Movimiento por la Reconstitución, sin
embargo, siempre hemos interpretado el derecho a la autodeterminación como
parte indisoluble de una unidad dialéctica, donde operan tanto la cuestión
democrática y la lucha contra toda opresión, como el espíritu universal de la
clase de los explotados. Al igual que sucede con la propia constitución del
Partido Comunista, donde vanguardia y masas se aúnan de manera dialéctica para
desplegar el potencial revolucionario de la humanidad explotada, solo la
síntesis de la democracia con el internacionalismo permite acometer con
garantías el correcto tratamiento de la cuestión nacional. El resultado de la
ausencia de uno de los dos elementos salta a la vista no solo hoy en día, sino
también a nivel histórico, pues las posturas de los distintos destacamentos
revisionistas sobre la cuestión nacional no son en absoluto novedosas: cada una
de ellas no es más que la expresión actual de dos esquemas presentes hace ya
más de un siglo, y contra las que el naciente partido bolchevique desarrolló su
lucha de dos líneas. Por aquel entonces, una parte de la socialdemocracia dictó la imposibilidad de la
independencia factual de cualquier nueva nación devenida en Estado, dada su
inclusión en el amplio organigrama imperialista global; es decir, basándose en
la división internacional del trabajo a escala mundial, se negó de antemano la
independencia política de cualquier nuevo Estado, y por tanto se denigró la
posibilidad de acción del proletariado revolucionario en pos de eliminar la
opresión nacional: en una especie de reverso oscuro de la inevitabilidad del socialismo, se aducía que, debido a que la
tendencia intrínseca del imperialismo era, supuestamente, conformar Estados
cada vez más grandes y por tanto se caminaba hacia la disolución de las
naciones, resultaba inútil dedicar esfuerzos a una cuestión cuya solución
vendría dada a través del propio desenvolvimiento del sistema capitalista. Así,
no solo se desdeñaba la utilización del elemento democrático para intentar
aliviar la cuestión nacional, sino que se negaba la posibilidad de separación
política, lo que evidentemente alimentaba el nacionalismo de nación opresora.
Frente a esta visión se encontraba su contraria,
representada principalmente por la escuela austríaca (Bauer y cía.): aquí, la
nación dejaba de ser un elemento de la propia época burguesa y pasaba a
convertirse en verdadero adagio de la
humanidad universal, presente en toda época y lugar; de esta manera, se
eternizaba dicha conformación social también bajo el socialismo, donde el
proletariado cogería las riendas de una formación aún imperfecta para desarrollarla en toda su potencialidad, perpetuando
sine die la segregación del ser
humano a través de fronteras y trabas auto-impuestas.
Frente a ambas idealizaciones, tanto
la del imperialismo como simple trituradora
de cuerpos nacionales de menor entidad, como la de la nación como única muestra
posible de socialización humana, la línea internacionalista defendida por el
partido bolchevique mostró que el proletariado, a través de la defensa del
derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones, puede
minimizar y atenuar los choques y desconfianzas nacionales, permitiendo así la
implementación práctica de la unidad internacionalista del proletariado en su
lucha revolucionaria, la cual ha de allanar el camino hacia la fusión y
disolución de las naciones en humanidad emancipada en el Comunismo. Esa es la
postura que intentó explicitar el Movimiento por la Reconstitución ante el 9-N,
aunque quizás sea necesario que insistamos algo más: tal y como propugnaba
Lenin, el derecho a la autodeterminación necesita además, para desplegarse en
toda su potencialidad, de una división funcional
del trabajo internacionalista entre los proletarios de la nación opresora y los
de la nación oprimida. Así, mientras que desde las organizaciones procedentes
de la nación opresora se ha de realizar agitación a favor de la libertad de
separación, desde la nación oprimida se ha de hacer hincapié en la libertad de
unión. Solo desde esta perspectiva se puede entender que se pidiese el voto
para el Sí-Sí desde las organizaciones radicadas principalmente en la nación
opresora, pero se declarase libertad de voto desde la organización presente en
tierras catalanas, Balanç i Revolució. Ambos caminos eran diferentes, pero el
objetivo seguía siendo el mismo: poner en pie de nuevo el internacionalismo
proletario genuino con el objetivo de posicionarse contra toda opresión y
aliviar las tensiones nacionalistas entre la clase obrera de las diferentes
naciones, cuya tarea histórica concreta sigue siendo a día de hoy la de
reconstituir el Partido Comunista en todo el Estado español, para destruir el
mismo mediante la Guerra Popular, estrategia militar de esa clase universal que es el proletariado.
¡Contexto, más contexto, siempre
contexto!
Sin embargo, dicha lucha contra la opresión y las
desconfianzas nacionales no se produce nunca en un vacío, entendido este por
partida doble: ni en cuanto al momento histórico en que puede tener lugar, ni
en cuanto a las formas que esa lucha puede revestir. Ya se expusieron en su
momento ambos condicionantes, pero no está de más volver a incidir en ellos,
para contar con una perspectiva más completa. En cuanto al momento histórico en
que nos encontramos, entendemos que nos hallamos inmersos en un período de
interregno entre dos ciclos revolucionarios, con todo lo que ello conlleva:
ante la ausencia de horizonte emancipatorio, su lugar ha sido ocupado por todo
tipo de opciones burguesas, entre las que se incluye muy poderosamente el
nacionalismo. Por esa razón, y mientras el incipiente movimiento por la
reconstitución del Partido Comunista no sea capaz de erigirse como actor político
de primer orden y pueda generar sus propias dinámicas que contraponer a este
nuevo auge de los movimientos nacionalistas, consideramos que lo prioritario es
incidir en el aspecto democrático como atenuante de la cuestión nacional. En
cuanto al Estado español en particular, era evidente que la opción que más en
contra se posicionaba del statu quo
actual, y por tanto la que más potencial disgregador tenía respecto de los
mecanismos de encuadramiento burgués, era sin duda alguna la del voto
afirmativo respecto a la independencia de Catalunya, no sólo porque el mismo
implicaba educar a nuestra clase en el
desprecio a las fronteras estatales establecidas por la burguesía; sino porque
además la participación en la consulta favorecía imbuir de odio en la legalidad
vigente al proletariado, dado el carácter ilegal de la consulta del 9 de
Noviembre: una doble educación
(contra las fronteras y contra el orden legal) necesaria para el proletariado
catalán… y para el proletariado español. Pues partiendo de que un pueblo que
oprime a otro no puede ser libre, éste último necesita sacudirse de su insensibilidad, cuando no complacencia
(apuntalada en la fría hegemonía del revisionismo), respecto de la opresión
nacional, para fundirse con los proletarios del resto de naciones. Por otra
parte, y respecto las formas políticas que pueda adoptar un movimiento
nacionalista (y por tanto burgués por naturaleza) en pos de una posible
independencia nacional, es necesario realizar una distinción fundamental: la
existencia o no de un mandato imperativo por parte de las masas. Así, un
referéndum directo, cuyas mecánicas no se vean insertas de manera directa en
las propias mediaciones que establece la burguesía entre representados y representantes,
propia de su parlamento, supone la forma más democrática a través de la cual el
pueblo catalán se puede expresar sobre la potencial necesidad de crear un
Estado propio. Y aunque el referéndum del pasado año sólo puede comprenderse
como parte del procés de
encuadramiento nacional de las masas en Catalunya, el que el mismo se
desarrollase contra la legalidad, lejos de favorecer la táctica de Mas y los
suyos, permitía la diferenciación entre los dos aspectos contradictorios de un
referéndum (su aspecto reaccionario como momento reproductor de las inercias
parlamentarias del régimen burgués; y su aspecto democrático como fugaz momento
de implicación directa de las masas en los asuntos públicos), pudiendo en esta
ocasión el pueblo catalán actuar como soberano de su destino. Por ese motivo,
desde el Movimiento por la Reconstitución entendimos que en el 9-N debíamos
animar a nuestra clase a participar en el referéndum.
Es decir, y a modo de resumen: nuestro posicionamiento
partía de unas condiciones concretas, tanto a nivel de las circunstancias
históricas en las que nos movemos como por las formas a través de las cuales el
pueblo catalán podía expresarse sobre su destino. Dicho posicionamiento, por
tanto, se inscribe en la línea y espíritu marcado por el internacionalismo
proletario, y supone una decisión táctica en base al contexto en que nos
movemos.
Y quizás en esa palabra, táctica, se halle al menos parte de la enjundia de nuestra posición
respecto al 9-N. A diferencia de las numerosas organizaciones nacionalistas teñidas de rojo, cuyo programa incluye
de manera explícita la lucha por la independencia de una u otra nación, nuestro
movimiento a favor del Sí-Sí desde el resto del Estado español se circunscribía
a esas condiciones que acabamos de establecer; de no haber sido así, de haber
realizado cierta genuflexión frente a las proclamas siempre independentistas de
ciertos sectores de la burguesía, estaríamos incurriendo en un delito por
partida doble en cuanto a principios: por un lado, estaríamos socavando la
siempre necesaria independencia política del proletariado, mientras que, por el
otro, estaríamos otorgando labores positivas a nuestra clase respecto a la
nación. Como ya hemos mencionado en algún otro momento, al proletariado no le
compete ninguna tarea de construcción nacional, aquellas que Lenin denominaba positivas respecto a la nación (esto es,
de nacionalización de masas), sino que, justamente al contrario, su labor
consiste en atenuar por todos los medios posibles los roces y desconfianzas
nacionales, con la vista siempre puesta en la articulación internacionalista de
su proyecto político revolucionario. Al mismo tiempo, y entroncando con la
necesidad de evitar las tareas de orden positivo por parte del proletariado en
su agenda respecto a la nación, desde el Movimiento por la Reconstitución entendemos
que es el Estado español el marco político a través del cual se ha de enmarcar
la lucha de clases del proletariado en la actualidad, y será así mientras no se
produzca la independencia de una u otra nación. Esto, evidentemente, marca
claramente nuestra posición respecto a aquellas organizaciones que, haciendo el
juego a sus respectivas burguesías nacionales, plantean el encuadramiento del
proletariado siguiendo un principio nacional, el cual lleva a la segregación de
este y por tanto a su pérdida de independencia política frente a una burguesía
que es, de facto, internacional. Es
decir, y ya a modo de síntesis: nuestro movimiento táctico preservó nuestros
principios, y por tanto confirmó la estrategia general: incidimos en la
cuestión nacional para intentar atenuarla de manera concreta, al mismo tiempo
que preservamos la independencia política del proletariado y explicitamos, a
través de nuestro trabajo político, la necesidad de la reconstitución del
Partido Comunista en el marco de todo el Estado bajo las circunstancias
actuales.
Así pues, podríamos decir que nuestra postura respecto
al 9-N podría presentarse como ejemplo de aplicación correcta y creativa de
otra de esas manoseadas frases que siempre tiene a bien repetir el revisionismo
patrio: “firmeza en los principios, flexibilidad en la táctica”. Creemos que el
modo adecuado de proceder, como hemos visto, consiste en la asimilación del
espíritu que dio luz a las consignas, con el objetivo de poder implementar la
táctica adecuada en cada momento. Por el contrario, lo que nos ofrece el
revisionismo, desde su eterna escolástica, es la utilización de toda consigna
como subterfugio desde el que justificar su abandono de unos principios y un
espíritu que ya no quiere ni puede aprehender, pues su inmediatismo pragmatista
se lo impide por completo: al plegarse a lo espontáneo, su actuar no supone más
que una monótona repetición de conciencia
en sí, donde el espíritu ha ido muriendo día tras día.
Una diferencia cualitativa
Pero volvamos a las formas políticas de encauzar el
movimiento nacionalista, pues aún hay asuntos que tratar al respecto. Tal y
como dijimos en la víspera del 9-N, la fracción de la burguesía catalana a cuya
cabeza marcha el president, no
mostraba signo alguno de querer implementar el mandato popular y democrático
expresado en las urnas, sino más bien todo lo contrario: los movimientos tras
bambalinas de todos los actores, independientemente de que estos se mostrasen
más o menos aguerridos o contestatarios frente al Estado español,
eran evidentes antes de la celebración de la votación, y no han hecho más que
incrementarse durante todo el período posterior. Tanto es así, tan intensas han
sido las negociaciones inter-burguesas, que hasta el propio procés dio en repetidas ocasiones
síntomas de detenerse, de frenarse en seco. Únicamente tras la cesión por parte
de ERC a sumarse a una lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en
candidato a president, la candidatura
denominada Junts pel Sí, el procés ha vuelto a coger aire, tras varios
meses en los que estuvo a buen recaudo de Artur Mas y sus correligionarios.
Esta fracción del capital catalán, (el cual en
conjunto poco tiene de homogéneo respecto a este asunto: ahí están las
materializaciones partidarias del cómodo encaje de otras fracciones en el crisol de la hispanidad: de los
inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans), ha preferido y
prefiere, por tanto, intentar regatear
al Estado español antes que materializar al instante el mandato imperativo que
surgió de la voluntad popular; ha optado por adaptarse a las reglas del juego
del Estado español, o dicho de otro modo: ha preferido astucias frente a valentía, mercadeo frente a democracia. Y es que
la burguesía teme lo que considera el horror
vacui: la posibilidad de verse desbordada por las masas.
Sin embargo, hasta la propia burguesía es consciente
de la diferencia cualitativa que existe entre un referéndum y unas elecciones
parlamentarias, por mucho que estas tengan el epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar,
limar dicha diferencia: solo desde esta perspectiva se entiende la puesta en
marcha de distintas maniobras para otorgar la impresión de que la enésima
pantomima parlamentaria cuenta con un mayor carácter participativo. Medidas
como el programa tots som candidats
(en el que ya hay 70.000 candidatos inscritos)
o la inclusión de diversas personalidades públicas alejadas en un principio del
adusto mundo de la política, como
pueden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, muestran que la propia burguesía
advierte que necesita dar la imagen de que se trata de un proceso popular y no
uno dedicado únicamente al reparto de sillones y aspiraciones (y también
muestra, por otra parte, hasta qué punto el sistema parlamentario tiene
carácter de clase, hasta qué punto fondo y forma están indisolublemente unidos:
más allá de que Artur Mas pusiese el grito en el cielo por la intención de
conformar una lista sin políticos, lo que pone de manifiesto la mera intención
de intentarlo es que ni siquiera es necesario que los políticos profesionales gestionen la res publica: el sistema proporciona los mimbres a través de los
cuales solo es posible gestionarla a favor del capital).
Las diferencias entre un referéndum y unas elecciones
parlamentarias al uso, por tanto, deberían estar claras: en síntesis, en un
referéndum puede abrirse la posibilidad de que las masas se impliquen de manera
directa en los asuntos públicos y, al mismo tiempo, de desbordar el orden
jurídico establecido y los innumerables arreglos burgueses sobre los que se
sostiene la vida política diaria, siempre y cuando se den circunstancias como
las provocadas por la cerrazón del gobierno español, que situó fuera de la
legalidad la expresión democrática del pueblo catalán. En cambio, unas
elecciones parlamentarias suponen irremediablemente el encauzamiento y
adocenamiento de las masas, la vuelta al redil mediatizado por la burguesía de
manera permanente, donde predominan los pactos con la nación opresora y los
arreglos en pos de conquistar una u otra parcela de poder.
Así las cosas, y con una nueva fiesta de la democracia en ciernes, el proletariado catalán no
tiene nada que ganar con las próximas elecciones del 27 de septiembre, ni
siquiera en el ámbito de la liberación nacional. A diferencia de un referéndum
directo a través del que poder corporizar la voluntar popular, la mediación
parlamentaria que se avecina solo puede otorgar a las masas el triste papel de
último firmante del enésimo mercadeo político en el Parlament. La misión histórica del proletariado, sin embargo, es
realizar la revolución a escala mundial, y no la de ser un simple y gris
testaferro de sus viles explotadores, sea en una u otra nación. Por ese motivo,
y porque nuestra misión va mucho más allá de elegir una u otra papeleta gris
con la que seguir sancionando el despreciable régimen de explotación del
capital, la única respuesta coherente frente a la enésima farsa electoral de la
burguesía es el boicot.
¡Ante la farsa
electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en
las urnas!
¡Por la reconstitución
ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta
el Comunismo!
Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie
Septiembre de 2015
Estado español
Ante el ciclo electoral de 2015: ¡Boicot!
“Sólo los
canallas o los bobos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar
la mayoría en las votaciones realizadas bajo
el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud
asalariada, y
que sólo después debe conquistar el poder.
Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía,
esto es sustituir la lucha de clases y la revolución por
votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder”
V.I. LENIN
El
presente curso ha sido señalado por los representantes de la burguesía como
el año del cambio, pues en él
coinciden elecciones municipales, autonómicas y generales. Todos los
partidos toman posiciones, ya que nadie quiere perder su papel en esta perversa
farsa tantas veces representada y en donde siempre pierde el proletariado. No
tanto porque nuestra clase se juegue algo durante esas jornadas en que se
escenifica la fiesta de la dictadura parlamentaria, sino porque el mero
desarrollo de las mismas no es más que un medio para que las
variadas estratificaciones del capital colaboren entre sí en la
ardua tarea de acumular fuerzas para
la reacción, encuadrando a las masas en su órgano
político predilecto, el Estado burgués y su
pléyade de organismos de representación:
desde el ayuntamiento, venerado por los feligreses sin aspiraciones de la pequeña
burguesía, al parlamento central, a donde
tradicionalmente han peregrinado, sin mucha suerte hasta ahora, los que saben
que para mendigar limosnas han de tratar con el capital de alta alcurnia.
La
caducidad histórica de las instituciones burguesas se
demuestra en que desde éstas sólo es posible desarrollar
una política que va en contra de la mayoría de
la sociedad. El reformismo es reaccionario, pues reproduce la base socioeconómica
del capitalismo. Los más piadosos deseos del sindicalista, las éticas
proposiciones del pequeño propietario, se traducen siempre en más
explotación y miseria para el proletariado, así como
para las masas de los pueblos oprimidos.
Pero tal agotamiento de los instrumentos que la
burguesía sostiene para representar su mundo, no sólo se
inscribe para la clase obrera en términos negativos. La experiencia acumulada durante todo un periodo de la Revolución
Proletaria Mundial
(RPM), el Ciclo de Octubre, nos enseña que
la clase proletaria, lejos de tener que tomar los instrumentos de dominación de
la burguesía, a través del concurso pacífico
en las elecciones o violento mediante una insurrección
formal, ha de romper violentamente la máquina estatal de la burguesía a
través de sus propios medios de lucha: el Partido Comunista representa la
organización del proletariado como clase revolucionaria y comporta la existencia de todo un sistema único
de organismos de todo tipo, que la vanguardia en fusión con
las masas constituye para enfrentarse a la dominación de
clase de la burguesía. Este enfrentamiento ha de encauzarse a través de
la organización del proletariado revolucionario como clase dominante, siendo así que
la tarea del Partido Comunista, una vez está reconstituido, es la de
construir los órganos de Nuevo
Poder, la dictadura del proletariado,
organizando masas a través de la estrategia de Guerra Popular, es
decir, mediante la línea militar proletaria como concreción de
la línea de masas en ese estadio de desarrollo del
proceso revolucionario.
Los
medios parlamentarios, sin embargo, no permiten a la vanguardia elevar la
conciencia política de las masas de la clase para que
comprendan la necesidad inmediata de la revolución socialista, pues tan sólo
permiten reproducir el régimen de dominación existente. Esos medios,
como recurso táctico de la revolución, se
circunscriben al período de acumulación de fuerzas pacífico, o político, en contraposición a la
fase militar de la revolución. Más en
concreto, sólo pueden servir en la fase inmediatamente
anterior a la existencia del Partido Comunista, cuando se trata de que el
movimiento de vanguardia comunista se vincule políticamente a la vanguardia práctica
de la clase obrera. Es sólo en este período, en función de múltiples
contingencias a tener en cuenta en cada momento, cuando la vanguardia
marxista-leninista podrá utilizar las viejas instituciones como tribuna
y siempre en función de las necesidades concretas del proceso de reconstitución del comunismo.
En la
actualidad, en el Estado español multitud de
organizaciones que dicen defender los intereses de la mayoría, se afanan por mostrar la
validez de las instituciones burguesas como medio central para el desarrollo
del movimiento obrero o popular, pues
por más vueltas que le den, la estructura
parlamentaria siempre aparece como centro desde el que han de aplicarse las
demandas de los movimientos de resistencia que ellos dirigen o pretenden
dirigir.
Un
lugar privilegiado entre quienes defienden la estrategia parlamentaria lo ocupa
hoy Podemos. Esta organización se
ha destacado como socialdemocracia
rediviva durante el último año, desde su sorprendente
resultado en las pasadas elecciones europeas. Por los intereses de clase que
representa y por la procedencia de sus cuadros políticos,
Podemos es fiel reflejo del partido obrero
liberal legado por el Ciclo de Octubre, cuya definición
pasaría por una contraposición
formal a los efectos del capitalismo tardío (proletarización de
capas medias, pauperización de las masas, internacionalización de
las relaciones capitalistas…), combinada con una defensa
a ultranza del Estado Benefactor
(cuyos pilares son la sobreexplotación de las masas proletarias y
la opresión de otros pueblos). Aunque todo esto
cristaliza en Podemos sin el peso social y cultural de ser una organización
oportunista nacida al calor de ese ciclo: para defender la reforma del capital,
Podemos se agarra a la democracia en general, sin necesidad de referirse
complementariamente a Enver Hoxha, a Pyongyang o a la URSS del señor
Breznev, como hacen los diversos gremios de la ortodoxia revisionista. De hecho, Podemos ni siquiera pretende
hacer suyo el bagaje político y cultural del movimiento obrero, como ha
mostrado este último Primero de mayo, suponiendo este deslinde
con la tradición obrera la verdadera diferencia entre la nueva socialdemocracia y la vieja socialdemocracia “comunista”, y
que hace permisible introducir en el discurso revolucionario esa distinción de
matiz entre el oportunismo a lo Podemos
y el revisionismo que aún hegemoniza el movimiento comunista existente.
En lo
concreto, Podemos se presentó en sociedad para disputar la hegemonía, en
nombre del pueblo, a las élites económicas, con
el objeto de reimpulsar dentro del sistema democrático-burgués el
papel de las llamadas clases medias (aristocracia obrera y pequeña
burguesía). Tras un año de pre-campaña
electoral, la propuesta de Iglesias y cía. se ha desfondado,
mostrando que la reforma desde abajo, si no se presenta como
alternativa reaccionaria a un verdadero movimiento revolucionario, como
ocurriera durante el Ciclo de Octubre, no
tiene recorrido. Y eso que, al contrario que su organización
hermana Syriza, Podemos aún no ha gestionado el viejo poder. Lo cómico
es que los Iglesias y cía. se han mostrado oportunistas incluso con sus
principios burgueses, pues lo que están traicionando con sus patéticas peticiones en las “negociaciones” con
la lideresa socialista en Andalucía, es
la gradación de las reformas del régimen
del 78, es esa fatua lucha contra la corrupción que se ha convertido en leitmotiv de esta nueva vieja socialdemocracia. Del republicanismo tradicional han
transitado hacia aquella conservadora concepción de la política
que tiene por centro la accidentabilidad
de las formas de gobierno. Del ramplón internacionalismo pequeño
burgués valedor de la Venezuela bolivariana, han
pasado a la primera línea de defensa de la unión monetaria europea, el infranqueable muro defensivo de la Troika. En suma, nuestros nuevos oportunistas, los que hace un año se
dieron un bautismo de masas en que se autoproclamaron como ingenieros de la nueva política, son los primeros que
acuden a comulgar cuando el capital monopolista dispensa sus ruedas de molino.
Pero
lo más importante en relación a
los límites del parlamentarismo como política
proletaria, es que incluso hoy Podemos plantea su concurso electoral como una
combinación entre movimientos sociales e instituciones,
poniendo siempre en valor que el parlamento no es el eje central de su acción política,
sino sólo un paso más hacia la realización de
sus lineamientos programáticos. Más allá de lo
absurdo que resulta plantear esto por quienes han utilizado su capacidad de movilización
social para servir de válvula de escape a la crisis
de las instituciones
maquillando a éstas (sólo así puede
percibirse la participación en las elecciones al ¡parlamento
europeo! ¡la institución más
despreciada por las masas!), lo que este discurso demuestra es: en primer lugar
que Podemos y lo que representa son un eco de esa concepción política
que acabó dominando a los partidos proletarios durante
el Ciclo de Octubre, tomados por el inmediatismo político
al carecer de una estrategia revolucionaria. Y segundo, que aquella concepción
empirista y economicista que se somete al devenir de la democracia burguesa,
con los ritmos que el parlamentarismo le impone, lejos de ser la plasmación de
la flexibilidad táctica que
ha de nutrir el desarrollo de la táctica-plan de la vanguardia
revolucionaria, no es más que la muestra del cerril dogmatismo y la
estrechez de miras de quienes no conciben más mundo posible que el que
el mercado capitalista en su incesante reproducción pone ante sus narices.
La
ligazón entre este oportunismo y el revisionismo
queda clara en los paralelismos presentes en su quehacer político.
Ahí tenemos al Partido Comunista de los Pueblos de
España (PCPE), como si tres décadas
después de “práctica
de masas” con nulos resultados, le hubiesen llevado a
despertar, una vez más, en 1984. Análisis tras análisis,
nuestros revisionistas han llegado invariablemente a la misma conclusión, con
independencia del estado concreto de la lucha de clases: siempre que la burguesía
convoca elecciones, allí está el PCPE para presentar un “programa
mínimo”, concienzudamente preparado
para combatir el “izquierdismo” de las masas y presto a ser
realizado de urgencia dentro de los márgenes
del Estado burgués. Pero qué mejor ejemplo de esa
interpenetración entre los postulados de las diversas
facciones de la aristocracia obrera radicalizada que la dramática
posición del Partido del Trabajo Democrático,
atravesado por sus dos eternas pasiones: la de la ortodoxia revisionista que
sigue acogiendo en su seno, y la del bravo oportunismo consecuente que se abre
camino, como señala el mismo nombre de la organización,
como mostró su petición de voto a Podemos en las
pasadas europeas y como evidencia su vocación a conquistar las concejalías obreras para desde las
instituciones burguesas crear… ¡conciencia
sindical!, que al parecer es la nueva tarea de los “comunistas”. ¡El
imperialismo los cría y ellos se juntan!
La firmeza de oportunistas y
revisionistas para defender dogmáticamente su estrategia
parlamentaria contrasta con su eclecticismo generalizado ante el referéndum
del 9 de Noviembre en
Cataluña. Podemos, exponiendo los límites
del nuevo reformismo, nadó en la charca de la ambivalencia respecto al
derecho democrático a la autodeterminación, sin
ocultar su actitud chovinista-españolista. Y el resto de
socialdemócratas “comunistas”
reptaron entre la ambigüedad y la férrea defensa del statu quo, el que garantiza el sometimiento nacional de Cataluña. El
revisionismo, instalado en la quietud y el obrerismo más
estrecho, fue además incapaz de comprender la significación del
referéndum y sus diferencias con una convocatoria
convencional: el 9-N tenía un carácter imperativo, en el que el pueblo catalán podía expresar sin mediaciones su posición ante
la relación entre Cataluña y el Estado español. El
9-N podía, pues, servir para dar solución a la opresión nacional que sufre Cataluña. Además,
aquel referéndum significó una brillante ocasión para
la educación en el internacionalismo proletario de nuestra clase. Elementos
todos estos que permitían la incursión de la vanguardia
marxista-leninista en la gran política, sin
menoscabo del mantenimiento de la
independencia política de nuestra clase, en cuyo horizonte más cercano sigue estando la
resolución de los problemas ligados a
la reconstitución ideológica y política del comunismo.
Pero
frente a la estulticia de los representantes de la aristocracia obrera, las
posiciones del proletariado revolucionario empiezan a avanzar. Aunque la Línea de
Reconstitución (LR) sigue siendo a día de
hoy una corriente ideológica en el seno de la vanguardia de la clase proletaria, lo que exige
priorizar la reconstitución ideológica del comunismo, el avance del marxismo-leninismo entre los sectores
más avezados de la clase obrera es una realidad.
Derivada de esta situación, la LR tiene hoy entre sus principales tareas
la de articularse como movimiento político de vanguardia, construyendo un referente de la vanguardia
marxista-leninista que pueda acometer el Plan de Reconstitución a través del Balance del Ciclo
revolucionario y del desarrollo de la lucha de dos líneas.
Medios que garantizan esa construcción del movimiento proletario
revolucionario sobre bases independientes y ajenas a los parámetros
que la inercia del capital impone al oportunismo en sus diversas formas, desde
las más neonatas hasta las que siguen parapetándose
en los hábitos liquidadores del pasado siglo.
Por ello, ante las sucesivas
convocatorias electorales que la clase obrera va a padecer a lo largo de este año, en
donde el único cambio posible se sitúa
sobre el nombre de quiénes van a gestionar la dictadura del capital
durante los próximos años, la consigna a defender desde el comunismo revolucionario es la del
boicot: ¡Porque las elecciones no
sirven para defender los intereses de las masas proletarias! ¡Porque las elecciones no
sirven a la vanguardia revolucionaria para reconstituir comunismo!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta el comunismo!
¡Ante la farsa electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en las urnas!
Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie
Mayo de 2015
Estado español