Nueva web por la reconstitución del comunismo

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¡Desarrollemos la línea proletaria! ¡Viva la Revolución Socialista!

Comité por la Reconstitución: La bancarrota del revisionismo y las tareas de los comunistas

. miércoles, 18 de mayo de 2016
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La creación y divulgación de una teoría revolucionaria desempeña el papel principal y decisivo en determinados momentos, refiriéndose a los cuales dijo Lenin: "Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario."
Mao
Los años pasan, pero el conjunto de corrientes que se reclaman de la tradición revolucionaria en el movimiento obrero se obstinan en seguir representando sus arcaicos rituales. Tal es así que en medio de la crisis que sigue profundizándose en el Estado español, estas corrientes, desde el anarquismo a la ortodoxia revisionista que domina el movimiento comunista, siguen esperando que la ofensiva del capital genere como reacción una chispa que levante a las masas hasta derribar al capital. Mas su gozo en un pozo, pues la crisis va camino de la década y las movilizaciones de clase de los últimos años no han supuesto lo que el determinismo y el espontaneísmo político preveían, la agudización de la lucha de clases desde el punto de vista de los intereses del proletariado. Muy al contrario, es el oscurantismo nacionalista, siempre al alza cuando el sujeto revolucionario se encuentra en repliegue, el que sí está logrando enraizar entre las masas proletarias.
Aunque no todo sigue igual en lo que respecta a los aduladores de la conciencia espontánea del obrero medio. Su bancarrota política se agrava, porque a su incapacidad para redirigir el movimiento espontáneo de la clase hacia algún programa mínimo, se ha unido el ascenso de una renacida socialdemocracia que ha vapuleado en las calles los esquemas del revisionista típico, que, ensimismado en sus propuestas de unidad práctica sindical, ha visto como el movimiento de masas lo desbordaba y un oportunismo más refinado que el suyo se convertía, a través de Podemos, en catalizador de las demandas del movimiento de resistencia. Los dirigentes de esta “nueva” socialdemocracia han pasado de la cátedra al escaño, mediando en este recorrido la conquista de la calle a través de la construcción de un discurso político a la altura de los tiempos. Porque efectivamente, con el cierre del Ciclo de Octubre, desplazado el marxismo como teoría de vanguardia y desterrada la revolución del horizonte de un proletariado escindido como clase, lo que más se adecúa al estado de cosas existente es un discurso timorato, reformista y pequeñoburgués. Y no puede asombrar a nadie la facilidad con que el discurso de este nuevo partido de Estado ha prendido en la calle a la par que se ha imbricado con las instituciones del capital, pues siendo sus líderes enemigos declarados del marxismo y habiendo desterrado al proletariado como sujeto revolucionario, los nuevos reformistas no han podido más que ensamblar en un programa las diversas esferas corporativas de reproducción del mundo capitalista (al mismo estilo que el obrerismo), sirviéndonos como sujeto político desde el que parece que sí se puede articular un movimiento alternativo al capitalismo, como si se tratara de una novedad histórica... ¡al ciudadano burgués y sus derechos! No obstante, el comunismo existente lleva muchos años siendo consecuente con esta misma fórmula teórica, respetando su contenido reaccionario. La diferencia estriba en su expresión política, pues el revisionismo se contenta con resistir a la sombra de la tradición obrera, mientras los teóricos de la izquierda posmoderna han dado un tamiz más liberal a su discurso, el suficiente para acompasar ideológicamente a estos oscuros tiempos la claudicación ante el orden hegemónico que siempre ha representado el reformismo en todas sus variables.
En este contexto, los comunistas debemos considerar en primer término el impasse en que se encuentra la Revolución Proletaria Mundial (RPM), marcado por el cierre del ciclo revolucionario que se inicia con la Revolución de Octubre. Este periodo se caracteriza, sucintamente, porque el proletariado se encuentra incapacitado para incidir en la gran lucha de clases como sujeto independiente. Esta circunstancia, de profundo calado histórico, impele antes de nada al sector de avanzada de nuestra clase, a la vanguardia, no a tomar acríticamente o a despreciar todo el bagaje acumulado por la RPM, como hacen revisionistas y oportunistas de todo pelaje, sino a considerarlo críticamente, actualizando lo que de universal hay en él. Y es que el desplazamiento del marxismo como teoría de vanguardia es el primer dique que impide al proletariado aparecer en la escena de la gran lucha de clases como una clase revolucionaria. En consecuencia, la actividad práctica a la que hoy debe asirse la vanguardia proletaria está ligada a la resolución de las problemáticas de construcción del movimiento revolucionario. Esto implica toda una fase de la revolución proletaria que denominamos de reconstitución ideológica y política del comunismo, que en su primera etapa debe resolverse sobre el Balance del Ciclo de Octubre desde la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia, esto es, desde el desarrollo de la lucha de clases a nivel ideológico y en relación con las lecciones de la experiencia revolucionaria acumulada en el anterior ciclo, siendo eje fundamental para la construcción del movimiento revolucionario de vanguardia. Sólo si los comunistas emprenden estas tareas puede el marxismo articularse como discurso teórico y político, para conquistar su hegemonía entre sectores cada vez más amplios de la clase proletaria, hasta cristalizar en la fusión de la vanguardia y las masas en Partido Comunista. Será entonces cuando la actividad subjetiva del proletariado se torne en praxis revolucionaria, en palanca de transformación del viejo Mundo, que inmediatamente habrá de tomar la forma de Guerra Popular, en tanto instrumento universal para la construcción del poder por parte de la clase revolucionaria y para el establecimiento de la Dictadura del Proletariado, con el objetivo de hacer ondear la bandera roja frente al imperialismo, sirviendo de base de apoyo en la próxima oleada de la RPM en la senda del Comunismo.
Este sencillo camino difícil de realizar es el único que sitúa el porvenir de la Revolución en la actividad subjetiva de la vanguardia revolucionaria, frente al determinismo y el espontaneísmo revisionista, porque garantiza una línea de continuidad entre movimiento y objetivo, entre teoría y práctica, situando la conciencia revolucionaria al mando y rompiendo con las inercias de esta profunda derrota que ha reducido al movimiento comunista, que debe ser el movimiento autoconsciente de la clase revolucionaria, a un programa mínimo, que no es sino la sublimación posibilista de todo lo que temporalmente ha perdido la RPM, y que en este interregno entre dos ciclos revolucionarios nos toca recuperar levantando, defendiendo y aplicando la reconstitución del comunismo.

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Contra el capital y sus crisis, por la Revolución Socialista!
Comité por la Reconstitución
Primero de Mayo 2016
Estado español

Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!

. viernes, 25 de septiembre de 2015
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Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!

27-S, o cuando la voluntad popular deja paso al vil mercadeo
Tras varios meses de pugna inter-burguesa, la fracción de la clase dominante catalana que encabeza a día de hoy el procés, ha decidido llamar a las urnas al pueblo catalán, en una descarada muestra de que entre democracia y mercadeo parlamentario, ha optado de manera prístina por lo segundo. El Movimiento por la Reconstitución, ante esta nueva convocatoria, y en línea con lo que se ha expresado en anteriores ocasiones, llama al boicot ante esta nueva farsa electoral burguesa, como no podía ser de otra manera. Sin embargo, nuestro posicionamiento al respecto es, por fuerza, cualitativamente distinto al que mostramos ante las pasadas elecciones de mayo, en parte porque viene precedido por la audaz postura que esgrimimos ante el referéndum del pasado 9 de noviembre. Así pues, se antoja necesario que nos retrotraigamos un poco y comencemos con una breve retrospectiva, en busca de que se observe mejor la coherencia de nuestras argumentaciones, tanto pasadas como presentes.
9-N: dos caminos, un mismo objetivo
Como decíamos, nuestro posicionamiento ante el referéndum del 9 de noviembre se pudo considerar audaz, máxime considerando el estado del movimiento “comunista” en el Estado español. Este, que yace como un lánguido cuerpo a la espera de que la historia vuelva simplemente hacia atrás en busca de glorias pasadas, se halla además ensimismado en su particular escolástica; dado que no comprende la relación entre los términos que utiliza y el espíritu que hace ya tiempo los creó, sus posicionamientos van siempre a remolque de una u otra fracción de la burguesía. Uno de los muchos, muchísimos términos que nuestros revisionistas repiten cual cacatúa, intentando que su mera pronunciación haga que broten por arte de magia los posicionamientos políticos que lo encumbraron, es el del derecho a la autodeterminación. Mentado casi siempre, en el mejor de los casos, como la solución al problema nacional presente en el Estado español, dicho término ha ido anquilosándose, convirtiéndose en una manida frase hecha que nada por sí sola puede resolver. Lógico, pues, que en ese vacío ideológico campen a sus anchas tanto el nacionalismo de la nación opresora como el de la nación oprimida, ambos cerrando el paso al genuino espíritu internacionalista en la cuestión.
Desde el Movimiento por la Reconstitución, sin embargo, siempre hemos interpretado el derecho a la autodeterminación como parte indisoluble de una unidad dialéctica, donde operan tanto la cuestión democrática y la lucha contra toda opresión, como el espíritu universal de la clase de los explotados. Al igual que sucede con la propia constitución del Partido Comunista, donde vanguardia y masas se aúnan de manera dialéctica para desplegar el potencial revolucionario de la humanidad explotada, solo la síntesis de la democracia con el internacionalismo permite acometer con garantías el correcto tratamiento de la cuestión nacional. El resultado de la ausencia de uno de los dos elementos salta a la vista no solo hoy en día, sino también a nivel histórico, pues las posturas de los distintos destacamentos revisionistas sobre la cuestión nacional no son en absoluto novedosas: cada una de ellas no es más que la expresión actual de dos esquemas presentes hace ya más de un siglo, y contra las que el naciente partido bolchevique desarrolló su lucha de dos líneas. Por aquel entonces, una parte de la socialdemocracia dictó la imposibilidad de la independencia factual de cualquier nueva nación devenida en Estado, dada su inclusión en el amplio organigrama imperialista global; es decir, basándose en la división internacional del trabajo a escala mundial, se negó de antemano la independencia política de cualquier nuevo Estado, y por tanto se denigró la posibilidad de acción del proletariado revolucionario en pos de eliminar la opresión nacional: en una especie de reverso oscuro de la inevitabilidad del socialismo, se aducía que, debido a que la tendencia intrínseca del imperialismo era, supuestamente, conformar Estados cada vez más grandes y por tanto se caminaba hacia la disolución de las naciones, resultaba inútil dedicar esfuerzos a una cuestión cuya solución vendría dada a través del propio desenvolvimiento del sistema capitalista. Así, no solo se desdeñaba la utilización del elemento democrático para intentar aliviar la cuestión nacional, sino que se negaba la posibilidad de separación política, lo que evidentemente alimentaba el nacionalismo de nación opresora. Frente a esta visión se encontraba su contraria, representada principalmente por la escuela austríaca (Bauer y cía.): aquí, la nación dejaba de ser un elemento de la propia época burguesa y pasaba a convertirse en verdadero adagio de la humanidad universal, presente en toda época y lugar; de esta manera, se eternizaba dicha conformación social también bajo el socialismo, donde el proletariado cogería las riendas de una formación aún imperfecta para desarrollarla en toda su potencialidad, perpetuando sine die la segregación del ser humano a través de fronteras y trabas auto-impuestas.
            Frente a ambas idealizaciones, tanto la del imperialismo como simple trituradora de cuerpos nacionales de menor entidad, como la de la nación como única muestra posible de socialización humana, la línea internacionalista defendida por el partido bolchevique mostró que el proletariado, a través de la defensa del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones, puede minimizar y atenuar los choques y desconfianzas nacionales, permitiendo así la implementación práctica de la unidad internacionalista del proletariado en su lucha revolucionaria, la cual ha de allanar el camino hacia la fusión y disolución de las naciones en humanidad emancipada en el Comunismo. Esa es la postura que intentó explicitar el Movimiento por la Reconstitución ante el 9-N, aunque quizás sea necesario que insistamos algo más: tal y como propugnaba Lenin, el derecho a la autodeterminación necesita además, para desplegarse en toda su potencialidad, de una división funcional del trabajo internacionalista entre los proletarios de la nación opresora y los de la nación oprimida. Así, mientras que desde las organizaciones procedentes de la nación opresora se ha de realizar agitación a favor de la libertad de separación, desde la nación oprimida se ha de hacer hincapié en la libertad de unión. Solo desde esta perspectiva se puede entender que se pidiese el voto para el Sí-Sí desde las organizaciones radicadas principalmente en la nación opresora, pero se declarase libertad de voto desde la organización presente en tierras catalanas, Balanç i Revolució. Ambos caminos eran diferentes, pero el objetivo seguía siendo el mismo: poner en pie de nuevo el internacionalismo proletario genuino con el objetivo de posicionarse contra toda opresión y aliviar las tensiones nacionalistas entre la clase obrera de las diferentes naciones, cuya tarea histórica concreta sigue siendo a día de hoy la de reconstituir el Partido Comunista en todo el Estado español, para destruir el mismo mediante la Guerra Popular, estrategia militar de esa clase universal que es el proletariado.
¡Contexto, más contexto, siempre contexto!
Sin embargo, dicha lucha contra la opresión y las desconfianzas nacionales no se produce nunca en un vacío, entendido este por partida doble: ni en cuanto al momento histórico en que puede tener lugar, ni en cuanto a las formas que esa lucha puede revestir. Ya se expusieron en su momento ambos condicionantes, pero no está de más volver a incidir en ellos, para contar con una perspectiva más completa. En cuanto al momento histórico en que nos encontramos, entendemos que nos hallamos inmersos en un período de interregno entre dos ciclos revolucionarios, con todo lo que ello conlleva: ante la ausencia de horizonte emancipatorio, su lugar ha sido ocupado por todo tipo de opciones burguesas, entre las que se incluye muy poderosamente el nacionalismo. Por esa razón, y mientras el incipiente movimiento por la reconstitución del Partido Comunista no sea capaz de erigirse como actor político de primer orden y pueda generar sus propias dinámicas que contraponer a este nuevo auge de los movimientos nacionalistas, consideramos que lo prioritario es incidir en el aspecto democrático como atenuante de la cuestión nacional. En cuanto al Estado español en particular, era evidente que la opción que más en contra se posicionaba del statu quo actual, y por tanto la que más potencial disgregador tenía respecto de los mecanismos de encuadramiento burgués, era sin duda alguna la del voto afirmativo respecto a la independencia de Catalunya, no sólo porque el mismo implicaba educar a nuestra clase  en el desprecio a las fronteras estatales establecidas por la burguesía; sino porque además la participación en la consulta favorecía imbuir de odio en la legalidad vigente al proletariado, dado el carácter ilegal de la consulta del 9 de Noviembre: una doble educación (contra las fronteras y contra el orden legal) necesaria para el proletariado catalán… y para el proletariado español. Pues partiendo de que un pueblo que oprime a otro no puede ser libre, éste último necesita sacudirse de su insensibilidad, cuando no complacencia (apuntalada en la fría hegemonía del revisionismo), respecto de la opresión nacional, para fundirse con los proletarios del resto de naciones. Por otra parte, y respecto las formas políticas que pueda adoptar un movimiento nacionalista (y por tanto burgués por naturaleza) en pos de una posible independencia nacional, es necesario realizar una distinción fundamental: la existencia o no de un mandato imperativo por parte de las masas. Así, un referéndum directo, cuyas mecánicas no se vean insertas de manera directa en las propias mediaciones que establece la burguesía entre representados y representantes, propia de su parlamento, supone la forma más democrática a través de la cual el pueblo catalán se puede expresar sobre la potencial necesidad de crear un Estado propio. Y aunque el referéndum del pasado año sólo puede comprenderse como parte del procés de encuadramiento nacional de las masas en Catalunya, el que el mismo se desarrollase contra la legalidad, lejos de favorecer la táctica de Mas y los suyos, permitía la diferenciación entre los dos aspectos contradictorios de un referéndum (su aspecto reaccionario como momento reproductor de las inercias parlamentarias del régimen burgués; y su aspecto democrático como fugaz momento de implicación directa de las masas en los asuntos públicos), pudiendo en esta ocasión el pueblo catalán actuar como soberano de su destino. Por ese motivo, desde el Movimiento por la Reconstitución entendimos que en el 9-N debíamos animar a nuestra clase a participar en el referéndum.
Es decir, y a modo de resumen: nuestro posicionamiento partía de unas condiciones concretas, tanto a nivel de las circunstancias históricas en las que nos movemos como por las formas a través de las cuales el pueblo catalán podía expresarse sobre su destino. Dicho posicionamiento, por tanto, se inscribe en la línea y espíritu marcado por el internacionalismo proletario, y supone una decisión táctica en base al contexto en que nos movemos.
Y quizás en esa palabra, táctica, se halle al menos parte de la enjundia de nuestra posición respecto al 9-N. A diferencia de las numerosas organizaciones nacionalistas teñidas de rojo, cuyo programa incluye de manera explícita la lucha por la independencia de una u otra nación, nuestro movimiento a favor del Sí-Sí desde el resto del Estado español se circunscribía a esas condiciones que acabamos de establecer; de no haber sido así, de haber realizado cierta genuflexión frente a las proclamas siempre independentistas de ciertos sectores de la burguesía, estaríamos incurriendo en un delito por partida doble en cuanto a principios: por un lado, estaríamos socavando la siempre necesaria independencia política del proletariado, mientras que, por el otro, estaríamos otorgando labores positivas a nuestra clase respecto a la nación. Como ya hemos mencionado en algún otro momento, al proletariado no le compete ninguna tarea de construcción nacional, aquellas que Lenin denominaba positivas respecto a la nación (esto es, de nacionalización de masas), sino que, justamente al contrario, su labor consiste en atenuar por todos los medios posibles los roces y desconfianzas nacionales, con la vista siempre puesta en la articulación internacionalista de su proyecto político revolucionario. Al mismo tiempo, y entroncando con la necesidad de evitar las tareas de orden positivo por parte del proletariado en su agenda respecto a la nación, desde el Movimiento por la Reconstitución entendemos que es el Estado español el marco político a través del cual se ha de enmarcar la lucha de clases del proletariado en la actualidad, y será así mientras no se produzca la independencia de una u otra nación. Esto, evidentemente, marca claramente nuestra posición respecto a aquellas organizaciones que, haciendo el juego a sus respectivas burguesías nacionales, plantean el encuadramiento del proletariado siguiendo un principio nacional, el cual lleva a la segregación de este y por tanto a su pérdida de independencia política frente a una burguesía que es, de facto, internacional. Es decir, y ya a modo de síntesis: nuestro movimiento táctico preservó nuestros principios, y por tanto confirmó la estrategia general: incidimos en la cuestión nacional para intentar atenuarla de manera concreta, al mismo tiempo que preservamos la independencia política del proletariado y explicitamos, a través de nuestro trabajo político, la necesidad de la reconstitución del Partido Comunista en el marco de todo el Estado bajo las circunstancias actuales.
Así pues, podríamos decir que nuestra postura respecto al 9-N podría presentarse como ejemplo de aplicación correcta y creativa de otra de esas manoseadas frases que siempre tiene a bien repetir el revisionismo patrio: “firmeza en los principios, flexibilidad en la táctica”. Creemos que el modo adecuado de proceder, como hemos visto, consiste en la asimilación del espíritu que dio luz a las consignas, con el objetivo de poder implementar la táctica adecuada en cada momento. Por el contrario, lo que nos ofrece el revisionismo, desde su eterna escolástica, es la utilización de toda consigna como subterfugio desde el que justificar su abandono de unos principios y un espíritu que ya no quiere ni puede aprehender, pues su inmediatismo pragmatista se lo impide por completo: al plegarse a lo espontáneo, su actuar no supone más que una monótona repetición de conciencia en sí, donde el espíritu ha ido muriendo día tras día.
Una diferencia cualitativa
Pero volvamos a las formas políticas de encauzar el movimiento nacionalista, pues aún hay asuntos que tratar al respecto. Tal y como dijimos en la víspera del 9-N, la fracción de la burguesía catalana a cuya cabeza marcha el president, no mostraba signo alguno de querer implementar el mandato popular y democrático expresado en las urnas, sino más bien todo lo contrario: los movimientos tras bambalinas de todos los actores, independientemente de que estos se mostrasen más o menos aguerridos o contestatarios frente al Estado español, eran evidentes antes de la celebración de la votación, y no han hecho más que incrementarse durante todo el período posterior. Tanto es así, tan intensas han sido las negociaciones inter-burguesas, que hasta el propio procés dio en repetidas ocasiones síntomas de detenerse, de frenarse en seco. Únicamente tras la cesión por parte de ERC a sumarse a una lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en candidato a president, la candidatura denominada Junts pel Sí, el procés ha vuelto a coger aire, tras varios meses en los que estuvo a buen recaudo de Artur Mas y sus correligionarios.
Esta fracción del capital catalán, (el cual en conjunto poco tiene de homogéneo respecto a este asunto: ahí están las materializaciones partidarias del cómodo encaje de otras fracciones en el crisol de la hispanidad: de los inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans), ha preferido y prefiere, por tanto, intentar regatear al Estado español antes que materializar al instante el mandato imperativo que surgió de la voluntad popular; ha optado por adaptarse a las reglas del juego del Estado español, o dicho de otro modo: ha preferido astucias frente a valentía, mercadeo frente a democracia. Y es que la burguesía teme lo que considera el horror vacui: la posibilidad de verse desbordada por las masas.
Sin embargo, hasta la propia burguesía es consciente de la diferencia cualitativa que existe entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias, por mucho que estas tengan el epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar, limar dicha diferencia: solo desde esta perspectiva se entiende la puesta en marcha de distintas maniobras para otorgar la impresión de que la enésima pantomima parlamentaria cuenta con un mayor carácter participativo. Medidas como el programa tots som candidats (en el que ya hay 70.000 candidatos inscritos) o la inclusión de diversas personalidades públicas alejadas en un principio del adusto mundo de la política, como pueden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, muestran que la propia burguesía advierte que necesita dar la imagen de que se trata de un proceso popular y no uno dedicado únicamente al reparto de sillones y aspiraciones (y también muestra, por otra parte, hasta qué punto el sistema parlamentario tiene carácter de clase, hasta qué punto fondo y forma están indisolublemente unidos: más allá de que Artur Mas pusiese el grito en el cielo por la intención de conformar una lista sin políticos, lo que pone de manifiesto la mera intención de intentarlo es que ni siquiera es necesario que los políticos profesionales gestionen la res publica: el sistema proporciona los mimbres a través de los cuales solo es posible gestionarla a favor del capital).
Las diferencias entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias al uso, por tanto, deberían estar claras: en síntesis, en un referéndum puede abrirse la posibilidad de que las masas se impliquen de manera directa en los asuntos públicos y, al mismo tiempo, de desbordar el orden jurídico establecido y los innumerables arreglos burgueses sobre los que se sostiene la vida política diaria, siempre y cuando se den circunstancias como las provocadas por la cerrazón del gobierno español, que situó fuera de la legalidad la expresión democrática del pueblo catalán. En cambio, unas elecciones parlamentarias suponen irremediablemente el encauzamiento y adocenamiento de las masas, la vuelta al redil mediatizado por la burguesía de manera permanente, donde predominan los pactos con la nación opresora y los arreglos en pos de conquistar una u otra parcela de poder.
Así las cosas, y con una nueva fiesta de la democracia en ciernes, el proletariado catalán no tiene nada que ganar con las próximas elecciones del 27 de septiembre, ni siquiera en el ámbito de la liberación nacional. A diferencia de un referéndum directo a través del que poder corporizar la voluntar popular, la mediación parlamentaria que se avecina solo puede otorgar a las masas el triste papel de último firmante del enésimo mercadeo político en el Parlament. La misión histórica del proletariado, sin embargo, es realizar la revolución a escala mundial, y no la de ser un simple y gris testaferro de sus viles explotadores, sea en una u otra nación. Por ese motivo, y porque nuestra misión va mucho más allá de elegir una u otra papeleta gris con la que seguir sancionando el despreciable régimen de explotación del capital, la única respuesta coherente frente a la enésima farsa electoral de la burguesía es el boicot.
¡Ante la farsa electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en las urnas!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta el Comunismo!
Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie
Septiembre de 2015
Estado español

Ante el ciclo electoral de 2015: ¡Boicot!

. viernes, 22 de mayo de 2015
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Sólo los canallas o los bobos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar la mayoría en las votaciones realizadas bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder

V.I. LENIN

El presente curso ha sido señalado por los representantes de la burguesía como el año del cambio, pues en él coinciden elecciones municipales, autonómicas y generales. Todos los partidos toman posiciones, ya que nadie quiere perder su papel en esta perversa farsa tantas veces representada y en donde siempre pierde el proletariado. No tanto porque nuestra clase se juegue algo durante esas jornadas en que se escenifica la fiesta de la dictadura parlamentaria, sino porque el mero desarrollo de las mismas no es más que un medio para que las variadas estratificaciones del capital colaboren entre sí en la ardua tarea de acumular fuerzas para la reacción, encuadrando a las masas en su órgano político predilecto, el Estado burgués y su pléyade de organismos de representación: desde el ayuntamiento, venerado por los feligreses sin aspiraciones de la pequeña burguesía, al parlamento central, a donde tradicionalmente han peregrinado, sin mucha suerte hasta ahora, los que saben que para mendigar limosnas han de tratar con el capital de alta alcurnia.
La caducidad histórica de las instituciones burguesas se demuestra en que desde éstas sólo es posible desarrollar una política que va en contra de la mayoría de la sociedad. El reformismo es reaccionario, pues reproduce la base socioeconómica del capitalismo. Los más piadosos deseos del sindicalista, las éticas proposiciones del pequeño propietario, se traducen siempre en más explotación y miseria para el proletariado, así como para las masas de los pueblos oprimidos.
 Pero tal agotamiento de los instrumentos que la burguesía sostiene para representar su mundo, no sólo se inscribe para la clase obrera en términos negativos. La experiencia acumulada durante todo un periodo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), el Ciclo de Octubre, nos enseña que la clase proletaria, lejos de tener que tomar los instrumentos de dominación de la burguesía, a través del concurso pacífico en las elecciones o violento mediante una insurrección formal, ha de romper violentamente la máquina estatal de la burguesía a través de sus propios medios de lucha: el Partido Comunista representa la organización del proletariado como clase revolucionaria y comporta la existencia de todo un sistema único de organismos de todo tipo, que la vanguardia en fusión con las masas constituye para enfrentarse a la dominación de clase de la burguesía. Este enfrentamiento ha de encauzarse a través de la organización del proletariado revolucionario como clase dominante, siendo así que la tarea del Partido Comunista, una vez está reconstituido, es la de construir los órganos de Nuevo Poder, la dictadura del proletariado, organizando masas a través de la estrategia de Guerra Popular, es decir, mediante la línea militar proletaria como concreción de la línea de masas en ese estadio de desarrollo del proceso revolucionario.
Los medios parlamentarios, sin embargo, no permiten a la vanguardia elevar la conciencia política de las masas de la clase para que comprendan la necesidad inmediata de la revolución socialista, pues tan sólo permiten reproducir el régimen de dominación existente. Esos medios, como recurso táctico de la revolución, se circunscriben al período de acumulación de fuerzas pacífico, o político, en contraposición a la fase militar de la revolución. Más en concreto, sólo pueden servir en la fase inmediatamente anterior a la existencia del Partido Comunista, cuando se trata de que el movimiento de vanguardia comunista se vincule políticamente a la vanguardia práctica de la clase obrera. Es sólo en este período, en función de múltiples contingencias a tener en cuenta en cada momento, cuando la vanguardia marxista-leninista podrá utilizar las viejas instituciones como tribuna y siempre en función de las necesidades concretas del proceso de reconstitución del comunismo.
En la actualidad, en el Estado español multitud de organizaciones que dicen defender los intereses de la mayoría, se afanan por mostrar la validez de las instituciones burguesas como medio central para el desarrollo del movimiento obrero o popular, pues por más vueltas que le den, la estructura parlamentaria siempre aparece como centro desde el que han de aplicarse las demandas de los movimientos de resistencia que ellos dirigen o pretenden dirigir.
Un lugar privilegiado entre quienes defienden la estrategia parlamentaria lo ocupa hoy Podemos. Esta organización se ha destacado como socialdemocracia rediviva durante el último año, desde su sorprendente resultado en las pasadas elecciones europeas. Por los intereses de clase que representa y por la procedencia de sus cuadros políticos, Podemos es fiel reflejo del partido obrero liberal legado por el Ciclo de Octubre, cuya definición pasaría por una contraposición formal a los efectos del capitalismo tardío (proletarización de capas medias, pauperización de las masas, internacionalización de las relaciones capitalistas), combinada con una defensa a ultranza del Estado Benefactor (cuyos pilares son la sobreexplotación de las masas proletarias y la opresión de otros pueblos). Aunque todo esto cristaliza en Podemos sin el peso social y cultural de ser una organización oportunista nacida al calor de ese ciclo: para defender la reforma del capital, Podemos se agarra a la democracia en general, sin necesidad de referirse complementariamente a Enver Hoxha, a Pyongyang o a la URSS del señor Breznev, como hacen los diversos gremios de la ortodoxia revisionista. De hecho, Podemos ni siquiera pretende hacer suyo el bagaje político y cultural del movimiento obrero, como ha mostrado este último Primero de mayo, suponiendo este deslinde con la tradición obrera la verdadera diferencia entre la nueva socialdemocracia y la vieja socialdemocracia comunista, y que hace permisible introducir en el discurso revolucionario esa distinción de matiz entre el oportunismo a lo Podemos y el revisionismo que aún hegemoniza el movimiento comunista existente.
En lo concreto, Podemos se presentó en sociedad para disputar la hegemonía, en nombre del pueblo, a las élites económicas, con el objeto de reimpulsar dentro del sistema democrático-burgués el papel de las llamadas clases medias (aristocracia obrera y pequeña burguesía). Tras un año de pre-campaña electoral, la propuesta de Iglesias y cía. se ha desfondado, mostrando que la reforma desde abajo, si no se presenta como alternativa reaccionaria a un verdadero movimiento revolucionario, como ocurriera durante el Ciclo de Octubre, no tiene recorrido. Y eso que, al contrario que su organización hermana Syriza, Podemos aún no ha gestionado el viejo poder. Lo cómico es que los Iglesias y cía. se han mostrado oportunistas incluso con sus principios burgueses, pues lo que están traicionando con sus patéticas peticiones en las negociaciones con la lideresa socialista en Andalucía, es la gradación de las reformas del régimen del 78, es esa fatua lucha contra la corrupción que se ha convertido en leitmotiv de esta nueva vieja socialdemocracia. Del republicanismo tradicional han transitado hacia aquella conservadora concepción de la política que tiene por centro la accidentabilidad de las formas de gobierno. Del ramplón internacionalismo pequeño burgués valedor de la Venezuela bolivariana, han pasado a la primera línea de defensa de la unión monetaria europea, el infranqueable muro defensivo de la Troika. En suma, nuestros nuevos oportunistas, los que hace un año se dieron un bautismo de masas en que se autoproclamaron como ingenieros de la nueva política, son los primeros que acuden a comulgar cuando el capital monopolista dispensa sus ruedas de molino.
Pero lo más importante en relación a los límites del parlamentarismo como política proletaria, es que incluso hoy Podemos plantea su concurso electoral como una combinación entre movimientos sociales e instituciones, poniendo siempre en valor que el parlamento no es el eje central de su acción política, sino sólo un paso más hacia la realización de sus lineamientos programáticos. Más allá de lo absurdo que resulta plantear esto por quienes han utilizado su capacidad de movilización social para servir de válvula de escape a la crisis de las instituciones maquillando a éstas (sólo así puede percibirse la participación en las elecciones al ¡parlamento europeo! ¡la institución más despreciada por las masas!), lo que este discurso demuestra es: en primer lugar que Podemos y lo que representa son un eco de esa concepción política que acabó dominando a los partidos proletarios durante el Ciclo de Octubre, tomados por el inmediatismo político al carecer de una estrategia revolucionaria. Y segundo, que aquella concepción empirista y economicista que se somete al devenir de la democracia burguesa, con los ritmos que el parlamentarismo le impone, lejos de ser la plasmación de la flexibilidad táctica que ha de nutrir el desarrollo de la táctica-plan de la vanguardia revolucionaria, no es más que la muestra del cerril dogmatismo y la estrechez de miras de quienes no conciben más mundo posible que el que el mercado capitalista en su incesante reproducción pone ante sus narices.
La ligazón entre este oportunismo y el revisionismo queda clara en los paralelismos presentes en su quehacer político. Ahí tenemos al Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), como si tres décadas después de práctica de masas con nulos resultados, le hubiesen llevado a despertar, una vez más, en 1984. Análisis tras análisis, nuestros revisionistas han llegado invariablemente a la misma conclusión, con independencia del estado concreto de la lucha de clases: siempre que la burguesía convoca elecciones, allí está el PCPE para presentar un programa mínimo, concienzudamente preparado para combatir el izquierdismo de las masas y presto a ser realizado de urgencia dentro de los márgenes del Estado burgués. Pero qué mejor ejemplo de esa interpenetración entre los postulados de las diversas facciones de la aristocracia obrera radicalizada que la dramática posición del Partido del Trabajo Democrático, atravesado por sus dos eternas pasiones: la de la ortodoxia revisionista que sigue acogiendo en su seno, y la del bravo oportunismo consecuente que se abre camino, como señala el mismo nombre de la organización, como mostró su petición de voto a Podemos en las pasadas europeas y como evidencia su vocación a conquistar las concejalías obreras para desde las instituciones burguesas crear ¡conciencia sindical!, que al parecer es la nueva tarea de los comunistas. ¡El imperialismo los cría y ellos se juntan!
            La firmeza de oportunistas y revisionistas para defender dogmáticamente su estrategia parlamentaria contrasta con su eclecticismo generalizado ante el referéndum del 9 de Noviembre en Cataluña. Podemos, exponiendo los límites del nuevo reformismo, nadó en la charca de la ambivalencia respecto al derecho democrático a la autodeterminación, sin ocultar su actitud chovinista-españolista. Y el resto de socialdemócratas comunistas reptaron entre la ambigüedad y la férrea defensa del statu quo, el que garantiza el sometimiento nacional de Cataluña. El revisionismo, instalado en la quietud y el obrerismo más estrecho, fue además incapaz de comprender la significación del referéndum y sus diferencias con una convocatoria convencional: el 9-N tenía un carácter imperativo, en el que el pueblo catalán podía expresar sin mediaciones su posición ante la relación entre Cataluña y el Estado español. El 9-N podía, pues, servir para dar solución a la opresión nacional que sufre Cataluña. Además, aquel referéndum significó una brillante ocasión para la educación en el internacionalismo proletario de nuestra clase. Elementos todos estos que permitían la incursión de la vanguardia marxista-leninista en la gran política, sin menoscabo del mantenimiento de la independencia política de nuestra clase, en cuyo horizonte más cercano sigue estando la resolución de los problemas ligados a la reconstitución ideológica y política del comunismo
Pero frente a la estulticia de los representantes de la aristocracia obrera, las posiciones del proletariado revolucionario empiezan a avanzar. Aunque la Línea de Reconstitución (LR) sigue siendo a día de hoy una corriente ideológica en el seno de la vanguardia de la clase proletaria, lo que exige priorizar la reconstitución ideológica del comunismo, el avance del marxismo-leninismo entre los sectores más avezados de la clase obrera es una realidad. Derivada de esta situación, la LR tiene hoy entre sus principales tareas la de articularse como movimiento político de vanguardia, construyendo un referente de la vanguardia marxista-leninista que pueda acometer el Plan de Reconstitución a través del Balance del Ciclo revolucionario y del desarrollo de la lucha de dos líneas. Medios que garantizan esa construcción del movimiento proletario revolucionario sobre bases independientes y ajenas a los parámetros que la inercia del capital impone al oportunismo en sus diversas formas, desde las más neonatas hasta las que siguen parapetándose en los hábitos liquidadores del pasado siglo.
            Por ello, ante las sucesivas convocatorias electorales que la clase obrera va a padecer a lo largo de este año, en donde el único cambio posible se sitúa sobre el nombre de quiénes van a gestionar la dictadura del capital durante los próximos años, la consigna a defender desde el comunismo revolucionario es la del boicot: ¡Porque las elecciones no sirven para defender los intereses de las masas proletarias! ¡Porque las elecciones no sirven a la vanguardia revolucionaria para reconstituir comunismo!


¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta el comunismo!
¡Ante la farsa electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en las urnas!
    

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Mayo de 2015

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